Viajera colombiana narra su viaje por tierra al Perú

Por Yurani Rivera

Salí de Medellín a las 5:30 p.m. rumbo a Ipiales, donde llegué a la 1 p.m. del día siguiente. Tomé un colectivo hasta la frontera, donde hice las respectivas diligencias. Luego, ahí mismo, fui a almorzar en un lugar que pintaba muy bien. Allí conocí a unos chicos de Armenia que viajaban hacia Guayaquil a trabajar. En un dos por tres nos hicimos amigos (sobre todo de uno, el mayor de los tres, el cual al guiarlos parecía un papá). Tomamos juntos un taxi hasta Tulcán y luego el bus hacia Quito, recorrido que duraría seis horas, entre las 3 p.m. a 9 p.m.

Una vez en la capital de Ecuador ellos decidieron pasar la noche allí y yo seguí en mi afanoso camino. Nos despedimos, aunque estaban tristes de ver que una chica como yo siguiera sola hasta Cusco, pero no había más opción.

Tomé un bus de la terminal a donde llegué hasta la principal, “Quitumbes”, un recorrido largo, no creí que lo fuera pero duró 1 hora y a 80 kilómetros por hora. La cosa era re lejos en realidad. Llegué a las 10:05 p.m. Afanadamente busqué la ruta hasta Huaquillas, me valió 10 dólares y salía a las 10:30 p.m., por lo que disponía de 25 minutos para comer, llamar, ir al baño… en fin. Seguía corriendo, afortunadamente la terminal es buena y tenía todos los servicios juntos. El bus no salió a las 10:30 sino a las 11:00 p.m., lo que me enojó un poco porque no pude hablar bien con mi abuela, supuestamente por falta de tiempo. Pero, según un vigilante: “No, no se vaya que esa ruta (Panamericana) cuando llega tarde no entra al muelle y pasa de afán…” ¡Ahh!, bueno, en fin.  A las 11 p.m. por fin llegó y me subí. Allí conocería a un gran amigo limeño, el cual fue mi compañía hasta la capital.

Llegué a Tumbes a las 10 a.m. Después de hacer todo el proceso de migración, compré mi boleto hacia Lima con la agencia Flores, y salí a caminar por las calles de Tumbes con mi nuevo amigo y su familia (padre y prima). La ciudad ese día no tenía ni luz, ni agua, ni Internet… En fin, un caos. Desayunamos, caminamos, almorzamos, y a la 1:45 p.m. ya íbamos rumbo a la capital del Perú. ¡Un largo viaje!, pero estuvo bien. Cuando pasamos por Máncora nos provocaba bajarnos ¡tengo que ir allá!, decía.  Una vez en Lima, a las 10 a.m. del lunes, sentía ese miedo que me intentó meter mucha gente: “Ay Yura, qué horror ese viaje sola, ay  noooo…“ Mis acompañantes se quedaban una hora antes de entrar a Lima – centro y yo quedé sola.

Pasé el día en los alrededores del centro de gobierno con mi amigo que me quiso acompañar. Ese día no fui a Miraflores pues viajaría a Cusco a las 6:30 p.m. ¡Por fin pude bañarme ese día!

Una vez en la agencia Flores, a las 6:30 p.m., ya por fin bañada y muy ansiosa pues estaba a un poco de lograr mi objetivo principal, entregué mi mochila, compré agua y galletas y empecé a hacer la fila para abordar. Comencé a mirar alrededor para ver qué compañeros de viaje tendría, esperando contar con la misma suerte de antes. Pero no parecía, solo niños, señoras, señores, en fin. Ningún viajero de mi tipo, y de repente (como dicen en Perú) ¡oopps! un chico con mochila, libro en mano y ropa típica de mochilero rockero a la vista. La cosa es que solo hablamos hasta casi llegar a Cusco. Era un israelí y también buscaba compañía. Bueno, el viaje hasta Cusco muy bien: tranquilo todo, solo que muy largo y hay partes donde el estomago no quiere más y estás a punto de vomitar. De resto bien.

Llegamos a Cusco a las 6 p.m., con cansancio ahora sí… Ahí dije, ¡realmente fueron cuatro días!. Me hospedé cerca a la Plaza de Armas, esa noche salí a caminar por Cusco, a comer, tomar café, en fin. Eso sí, sin poder respirar. El miércoles recorrería la ciudad a pie junto a mi nuevo amigo y de paso le enseñaría español todo el día. Y él feliz de aprender más español de mano de una colombiana. El jueves muy temprano salí  hacia Machu Picchu, un largo viaje por la ruta alternativa.

Salí de Cusco a las 7 a.m. y llegué a las 8 p.m. a Machu Picchu pueblo. Cené y a dormir para debía estar en pie antes de las 4 a.m. del día siguiente. En ese viaje conocí a una chica de Bogotá, con su esposo e hija suecos. Estaban recorriendo Suramérica, con ellos hice el ascenso a Machu Picchu caminando… Machu Picchu mágico… tanto que no hay nada qué  hablar de él…quien ya fue puede comprender lo que quiero decir… De vuelta al pueblo bajamos en bus y luego de nuevo a tomar tren hacia Cusco, donde llegamos como a las 10 p.m.

Al día siguiente, un gran sábado de rumba en Cusco, el domingo mi amigo se fue a rafting y yo salí de nuevo para Lima en la tarde. Solo hice compras, comí, caminé las últimas calles, tomé las últimas fotos, me despedí de la gente… y casi lloro por tener que irme.

Largo viaje de vuelta pero más llevadero que el viaje de llegada, mucho más. En Lima me vi de nuevo con mi amigo y recorrimos muchos lugares. Una vez en Trujillo me encontré con unos amigos de acá que andan en moto por el sur. Con ellos estuve dos días y luego seguí mi camino a casa. En tumbes compré el pisco para mis amigos, comí y seguí hasta Huaquillas, donde debí esperar como tres horas hasta que saliera el bus hacia Quito. El peor recorrido del viaje, pero eso sí, el mejor almuerzo antes de salir. Tampoco había agua ni luz.

Tomé el bus a las 2 p.m. y empezaría mi calvario, el bus solo era lindo por fuera porque mi silla era la mas incomoda del planeta. Me dolía hasta el pelo, y qué decir de los compañeros de viaje, comerciantes, gracias a los cuales revisaron el bus cada dos horas en todos los retenes. Hasta que un policía me dijo: “DNI, por favor…” Le dije, sí mire mi cedula. “Ahh, colombiana. Me muestra su mochila por favor…”, revisó camiseta por camiseta hasta que encontró la hoja de coca que llevaba para el te. Y, efectivamente, me la quitó y me habló feo. Luego seguí hasta Quito, donde llegué a las 4 a.m. con un frio terrible. Inmediatamente tomé el otro bus a Tulcán, donde pasó algo que me dejó triste: cuando ya tenía calor me quité el chullo y los guantes y los puse sobre mi pierna y me dormí. Y oh sorpresa me di al despertar y no encontrarlos. Me los habían robado.
En Tulcán tomé un taxi hasta la frontera para hacer el trámite respectivo de migración.  Compré el tiquete hacia Medellín. Por suerte alcancé el bus de las 11 a.m. Los horarios de los buses estuvieron de mi lado todo el camino. De regreso no conocí a nadie, sola, re sola… Bueno, hablé con una señora pastusa, muy amable, pero ella no hacía un largo viaje. Muy feliz por estar cerca de casa, dormí todo el viaje en ese frio bus de Bolivariano y a las 7 a.m. del domingo me levantó una señora en la Terminal del Sur diciéndome: “Niña, ya llegamos…” Ahí terminaría todo el viaje.